ESP 18/8/2010 - Escribo esto mientras mi garganta arde debido a unas incipientes anginas, ganadas a pulso en un lugar en el que estar empapado en sudor y verse asaltado por corrientes furiosas de aire acondicionado era inevitable. Una combinación fatal. Por suerte, la enfermedad - de alguna manera reparadora - se muestra como una afección dulce y en una de sus escasas ventajas me provoca un pequeñísimo delirio controlado que ha desactivado momentáneamente algunos de los múltiples mecanismos mentales que me alejan –nos alejan, me atrevería a decir- de la realidad objetiva. Así, con la intención de obtener algo de provecho de este estado mágico de debilidad lúcida, me dispongo a acercarme a la verdad.
LCD Sounsdsystem tienen todo lo que un grupo necesita para no triunfar en el mundo indie-electrónico-rockero-alternativo: canciones de 8 minutos, temas sin estribillos y peinados normales; pero lo cocinan de tal manera que resulta imposible no rendirse a la evidencia de que estos tíos son una de las cosas más fascinantes que ha asomado la cabeza en el mundillo desde hace mucho tiempo. Han tenido que jugar sus cartas en una escena musical post-strokes donde legiones de muchachos han optado por gastarse la semanada en unas converse y unos pitillos para dar rienda suelta a la fantasía de ser unos rockeros malotes de cualquier suburbio de la gran ciudad. Pero la explotación del factor Strokes, que ha sido aprovechado con mayor o menor indignidad por multitud de grupos, no ha sido una de las apuestas de LCD Soundsystem, y sólo eso ya es una declaración de intenciones más contundente que cualquier comentario premeditadamente agudo de cualquier grupo del montón.
Comprendo que este tipo de discos puedan alejar a determinados oyentes. Realmente no estamos hablando de canciones con una estructura habitual, ni siquiera hablamos de un estilo que pueda definirse fácilmente. Dos canciones delimitan el terreno estilístico del conjunto: por el lado electrónico One touch y por el lado rockero All I want. Entre medio de ellas se puede catalogar al resto de canciones. Un abanico bastante amplio ya que hablamos de electrónica áspera y de rock guitarrero dulzón. En contra de lo que podría esperarse, esto no produce la sensación de que exista una falta de criterio o de definición, al contrario, hablamos de uno de esos casos en el que la variedad no se entiende más que como una elección necesaria y natural, lógica, casi obligada por la evolución de los acontecimientos. Algo similar ocurre con las canciones, su desarrollo avanza de forma extrañamente natural. No encontramos los típicos corsés con los que se visten la mayoría de grupos (introducción, estrofa, cambio, estribillo,…) sino que asistimos a una sucesión orgánica que atrapa al oyente poco a poco, convenciéndolo suavemente primero para después, en un descuido, empujarlo a una espiral de beats y sintetizadores que empapa.
Recorre el disco la sensación de que James Murphy se está auto-realizando un psicoanálisis en voz alta. Psicoanálisis al que uno, aún siendo un extraño, tiene la suerte de haber sido invitado, fascinado, y en el que no queda más remedio que quedarse boquiabierto y asentir repetidamente con la cabeza. Cuando uno escucha a alguien analizándose a sí mismo lo más probable es que el desinterés aparezca de manera instantánea pero, sorpresivamente, en este caso ocurre algo excepcional y mágico: uno tiene la necesidad de seguir escuchando. Tal vez porque en el fondo todos estamos construidos por el mismo entresijo de dudas, miedos, inseguridades e ilusiones, y James Murphy ha sabido apartar el grano de la paja. Tal vez.
Dar con las preguntas adecuadas ya es todo un logro aunque queden desiertas, pero aquí, además, hay unas cuantas conclusiones que merecen ser escuchadas. O al menos lo parece. Me pregunto si cuando uno da con la manera adecuada de decir las cosas no pudiera ser que lo más insignificante adquiera la fuerza de los grandes pensamientos. Lo que sí sé es que a veces me he descubierto a mi mismo gritando con la convicción más absoluta algunas de las tonterías más grandes jamás escritas. De todas formas, escuchar como Murphy se deshace de la presión de verse obligado a componer un hit en You wanted a hit es una experiencia que sin duda vale la pena: la canción comienza tranquila, reflexiva, sin estructura, hasta que adquiere forma y comienza un aluvión de reflexiones acertadísimas por inconcretas y por dudosas. Y después de desgranar el sinfín de inseguridades que a uno le asaltan cuando se ve obligado a gestionar tanta presión la conclusión brota de forma natural: “we won’t be your babies anymore” grita el señor Murphy. Son 9 minutos cortísimos. Uno se queda con la impresión de no haber tenido tiempo de saborear todo lo que le ha sido servido.
Nos encontramos ante una música que no hace esfuerzo alguno por intentar gustar pero enamora. Una mezcla de sinceridad absoluta, contundencia, freakismo, buen rollo y madurez. Como una de esas chicas de las que uno podría enamorarse hasta los huesos.
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