CPB 22/1/2009 - Tomar influencias (o, en algunos de los casos, más que eso) prestadas puede ser algo positivo y más si se trata de una banda novel. Eso sí, hay que saberlas escoger con inteligencia y saberlas llevar a tu terreno con más o menos gracia.
Da la sensación de que White Lies sabían como querían sonar, de que querían que su sonido fuese oscuro, inquietante y épico con algunos toques sutiles de electrónica. Pero escogieron mal sus influencias, y en vez de intentar emular a bandas como Depeche Mode, The Chameleons o Joy Division, decidieron saltarse a la torera ese paso y cometer el error de fijarse más en bandas actuales como Editors, The Bravery, o incluso los infumables Glasvegas.
Y, evidentemente, si tu sonido se asemeja a la copia de la copia de la copia del original, pues precisamente es de esto último de lo que careces: de originalidad. White Lies se dejan escuchar, tienen algunas canciones resultonas (To Lose my Life o Farewell to the Fairground, por ejemplo), pero en ningún momento me han sorprendido y ni mucho creo que pasado un mes tenga ganas de volver a ponerlos en mi reproductor.
Viendo las referencias citadas, ya se pueden imaginar lo que se van a encontrar dentro de este To Lose My Life. Guitarras afiladas, base rítmica contundente pero sin grandes alardes técnicos y una voz grave que alarga cada palabra que canta hasta el infinito. A eso hay que sumarle que las canciones siguen el patrón de “himnos de estadio”, es decir, estrofa calmada para estallar en el estribillo llegando al éxtasis al final de cada tema dejando en algunos casos un leve aroma emo que aterroriza a cualquiera.
En definitiva, es acabar de escuchar el disco y hacerme una pregunta retórica: ¿Qué motivos hay para volverlo a escuchar? Es evidente que ninguno.
Conciertos | Discos | Noticias | Entrevistas | Agenda | BiginnerTV