Pretemporada primaveril

Suicide

CPB 3/1/2011 - Siempre he tenido la sensación que a una persona con un estado de ánimo más o menos estable (o estándar) en el 95% de su tiempo no le apetecerá escuchar el álbum homónimo de SUICIDE. Es de esos discos que de buenas a primeras echan para atrás, que asustan, que incitan al insulto y a maldecir a la persona que te lo ha recomendado. Pero si se consigue escuchar en el momento y las condiciones adecuadas, es una verdadera obra maestra.

SUICIDE son Alan Vega (voz) y Martin Rev (Sintetizador, caja de ritmos) y provienen de la fértil escena neoyorquina surgida a finales de los setenta y que se les tendió a etiquetar como post-punk o new-wave. Pero estos dos degenerados comían aparte. Esto no es post-punk, es punk, más punk que los Sex Pistols y Ramones juntos. Al contrario que, por ejemplo, los discípulos de McLaren, Rev y Vega no tenían una actitud impostada, no obedecían a ningún tipo de marketing o pose. Ellos sí provenían del auténtico underground, de la putrefacción de las cloacas, de un submundo asqueroso que pretendía acabar con todo lo establecido, pero…¡sin guitarras!

A ellos les bastaba con un sintetizador de primera generación que escupía ritmos hipnóticos a la vez que estéticamente poco atractivos, y con la voz de Vega, que combinaba aullidos escalofriantes con momentos de inquietante tranquilidad. Él siempre manifestó que quería ser como Elvis Presley y que bebía de la influencia de los clásicos del rockabilly como Buddy Holly o Chuck Berry, pero su voz era limitada, demasiado oscura para parecerse a ellos.

En su álbum debut "Suicide"(1977) se muestra claramente el ADN del dúo y sobre todo se puede concentrar en la pieza de diez minutos que responde al nombre de Frankie Teardrop dónde se oye el alarido más punzante y agónico que recuerdo en la historia de la música, y con una temática tan escabrosa como la canción. Trata sobre un joven de 21 años que al no ganar suficiente dinero para mantener a su mujer y su hijo, decide matarlos para más tarde suicidarse. Realmente, una canción que deja mal cuerpo, que despierta sensaciones quizá hasta entonces desconocidas para nosotros. Y, repito, sólo necesitaron un sintetizador cascadísimo y la interpretación sublime de Vega con pausas eternas entre frase y frase.



En 1980 sacaron su segundo álbum "Suicide II", considerado injustamente como una obra menor y ninguneada en listas y menciones sobre música de la época a la que pertenece. Resulta un disco mucho más accesible (dentro de la inaccesibilidad de estos tipos), con uso de nuevos ritmos (en algunos casos incluso bailables) y una orientación más pop y menos punk. Quizá Vega quiso acercarse más a sus idolatrados iconos antes mencionados, dejándose influenciar por la estética synth-pop que acababa de nacer bajo la siempre alargada sombra de Silver Apples. En su segunda obra, SUICIDE se atreve con la música de baile o con baladas como la gran Sweetheart.



Desde entonces, SUICIDE se han separado y reunido en diferentes ocasiones, y han sacado álbums con poca repercusión, pero siempre serán los impulsores de una estética, la fuente de inspiración de cientos de grupos posteriores, unos agitadores sociales como pocos y quizá, los que mejor han sabido optimizar los mínimos recursos para transmitir tantísimas emociones.